Y esperas, y resoplas, y le pasas el relevo al de al lado al que parece que también le falta un poco la respiración. Y recuerdas lo que no viviste lejos de la otra estrella, y sólo esperas que ésta siga adelante, y que no se ponga final.
Y recuerdas su risa, su pelo, su peluca, su piel, sus lecciones.
Y piensas en su comida, sus manías, sus mimos y las lecciones que le quedan por dar.
Y es que ojalá hubiera una forma de hacer un pacto con el diablo y volverte a ver al lado de esa encina; y no volver más al hospital.
Me enseñaste a no pedir más de lo que tengo y a valorar lo imperfecto como perfección; me miraste por dentro y me hiciste mejor.
Me das la fuerza cuando falta y el carisma para no olvidar quien soy; me miras por fuera y me siento mejor.
Suerte la mía de haberte tenido, de tenerte. Suerte la mía por enseñarme a luchar y saber rechazar lo que no me conviene. Mi único pacto será teneros presente; y hasta el día que yo me convierta en una de ellas me encargaré de que brilléis fuerte y nunca fugaces.
A mi abuela, la que me guía y me falta pero no me deja; la que no se perdió ni pierde ninguno de mis pasos.
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